VLmundo │ En un partido extraño y agónico, de idas y venidas, que no pasará a la historia por el buen juego de los contendientes pero sí por su dramático desenlace, se impuso el que jugaba en su hábitat natural, más perseverante en el trabajo de demolición del contrario. Andy Murray ganó su segundo torneo de Miami (2-6, 6-4, 7-6), su noveno Masters 1000 (todos ellos en pista dura), tras someter a un David Ferrer que ofreció la resistencia esperada, pero que estuvo lejos de su mejor tenis.
Espléndido en la treintena, el alicantino ya está siempre en la pomada, pero ayer echó de menos sus mejores golpes de derecha y un saque más solvente. Acabó el partido vacío y acalambrado, rumiando la gran ocasión desperdiciada antes del definitivo tie-break.
Un tipo que juega como si no hubiera mañana contra otro que se mueve con aparente indolencia. Así empezó el asunto. Las estadísticas previas, que hablaban de un 5-1 favorable a Murray en la superficie que ha convertido en su tierra de promisión, parecían derrumbarse ante un marcador que ofrecía en el arranque del partido un sorprendente 5-0 a favor de David Ferrer, aferrado a su plan de intensidad y bolas sobre la línea, precipitado en ocasiones si se atiende a su gusto por masticar los puntos.
Tras un inicio inquietante (15-40) que Ferrer logró remontar apoyándose en un buen saque, el set transcurrió cuesta abajo para el español. Sólo en el tramo final el escocés reaccionó apuntándose dos juegos, pero acabó cediendo el servicio por tercera vez y, de paso, la primera manga con una doble falta. Un síntoma más de que ni la actitud ni las prestaciones de Murray eran las apropiadas en ese momento.
Pero esta película ya se ha visto otras veces con el actual campeón olímpico, un jugador experto en resucitaciones. Murray pasó de un irritante ensimismamiento a encender la chispa, de mirar al suelo a mirar de frente, de lamentar sus fallos con el ojo de halcón a convertirse en el frontón que desespera al rival.
A la solidez desde el fondo de la pista unió unas derechas profundas. Su regreso coincidió con un sorprendente apagón de Ferrer, como si tuviera que disculparse por el set cosechado con más voluntad que tenis. En realidad, el choque no cobró cierta altura hasta el séptimo juego del segundo acto, donde el español sobrevivió a un durísimo intercambio de golpes. La inercia positiva le llevó a romper el servicio de Murray y poner el equilibrio en el marcador. Pero no llegó más allá. Perdió el servicio y dejó en franquicia el set al escocés.
La manga de desempate fue un carrusel de breaks, seis consecutivos, ocho en total. El del sexto juego lo atrapó Ferrer con un contrapié que acabó con Murray en el suelo. Después lograron ambos retener el servicio para llegar con equilibrio (4-4) al momento culminante de la final. Ahí falló Ferrer y se impuso Murray, mezclando gestos de agotamiento con golpes magistrales.
Parecía que el pescado estaba vendido, pero Ferrer jugó entonces sus mejores puntos, logró una nueva rotura de servicio y, con el suyo propio, se puso 6-5 arriba. Tuvo el título en su mano, pero se ofuscó pidiendo el ojo de halcón en un punto que todavía podía defender. Con 5-6 y 30-40 en contra en el tercer set, Murray envió una bola a los límites del campo que Ferrer vio fuera. El español renunció a seguir jugando el punto y pidió el ojo de halcón, que demostró que la bola había tocado línea por centímetros. Eso le llevó a la muerte súbita entre calambres, donde Murray se limitó a acabar sin excesivo brillo su trabajo de demolición. El triunfo le aúpa al puesto 2 del ranking ATP, adelantando a Roger Federer. Ferrer es 4º por delante de Nadal.
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